Ten cuidado, que te va a comer el lobo.
Que se te acerca sigilosamente, disfrazado de Tiempo y con olor a tabaco; te va retorciendo y envejeciendo el corazón, y ya no hay retórica ni metáfora que se salve del abismo del olvido.
Sólo la distancia de la felicidad podrá sumirte en la desgracia de no saber quién eres. Pero cuando te precipites hacia una tenue sonrisa, quizá se te revuelva algo en el pecho, entonces, puede ser que te alcance un ápice de melancolía y raras ganas de vomitar. Y de curiosear objetos ahogados por el polvo y la ausencia de unas manos cálidas que los recojan. Puros cadáveres del recuerdo.
Un anciano enemistado con los fantasmas, que le rodean cada dos por tres y le mecen la silla en la noche. Enemistado con el tiempo.
Ha comprendido con voz inaudita que el tiempo ha cambiado en el rumbo de las agujas. Que va descontando segundos. Se ahoga aquélla persona, que, en realidad, no es tan vieja. Sino joven, físicamente joven. Ahora que conoce mejor su pasado a través de su frágil memoria y de algunas fotos manchadas en sepia, ahora comprende que el lobo le ha desgarrado las entrañas. Se siente solo...
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